Érase una vez una joven llamada Clara, que vivía en un pequeño pueblo del norte de Francia con su padre, su madre y sus dos hermanas.
Un día, su madre le pidió que bajara al mercado a comprar, puesto que tenían la despensa casi vacía. Clara obedeció, cogió la cesta y fue al mercado.
Después de haber comprado todo, cuando estaba saliendo del mercado, recordó que había olvidado el pan. Rápidamente le preguntó al cajero:
−Disculpe, ¿sería usted tan amable de guardar mi cesta, por favor? He olvidado comprar el pan.
−Por supuesto señorita – respondió el cajero amablemente.
Corrió lo más rápido que pudo, cogió el pan y cuando fue a por la cesta, vio que no estaba. Miró a todas partes y de repente observó que un hombre de vieja y rota vestimenta salía del mercado con una cesta igual que la suya. Salió detrás de él y gritó:
− ¡Párenlo! ¡Es un ladrón, me ha robado la cesta!
Justo entonces apareció el cajero con su cesta diciendo:
−Señorita, esta es su cesta, se equivocó de caja y por eso no la encontró.
Clara, avergonzada, se disculpó ante el señor, recuperó su cesta y aquel día aprendió a no juzgar por las apariencias.
Redactado por: María Salas Sánchez Nº 14 3ºB E.S.O