martes, 27 de abril de 2010

LAS PINTAS NO SE PINTAN

Era el primer día de instituto y muchos estaban nerviosos por entrar a secundaria. A la entrada, una persona en especial llamaba la atención. Era nueva en el instituto y no destacaba por su simpatía ni belleza principalmente, aunque a primera vista no se debe juzgar.
La gente la señalaba con el dedo y hablaban en tono irónico.

Se referían a sus pintas, la forma de vestir, varias cadenas en el cuello con un chaleco negro ajustado acompañadado de una falda rajada y unas botas que parecían poseídas por el mismísimo diablo con sus respectivas medias color fucsia. Sus risas también iban dirigidas a su peculiar peinado, una gran cresta tintada de varios colores.

Eva, que así se llamaba, entró en su correspondiente clase y se presentó como todos los nuevos. Como no, volvieron las bromas despectivas hacia ella. La profesora actuó en mitad de las ironías criticando seriamente a los graciosos.
Lo que más llamaba la atención en Eva era la capacidad de aguantar tanta broma hacia su persona. No le cambió el gesto de la cara ni un segundo. Acostumbrada ya, siguió a lo suyo y esperó a que la gente se acostumbrara.

Pero días más tarde se empezó a ver gente en el instituto que vestía con toques diferentes al resto, ellos mismos creaban su propio estilo. Iban todos diferentes pero aunque no vestían igual que antes, su personalidad permanecía intacta, como siempre.
Eva, con su habitual sonrisa, ya no era un objeto de burla, pero sí destacaba por algo entre los demás, en que fue la persona que transmitió el mensaje de que lo bueno es lo que a uno le gusta.


Pablo Andújar López nº1, 4º C