martes, 27 de abril de 2010

¿Malabares o leyes?

 

 

Laura era una chica de diecisiete años muy normal. Era una adolescente muy inteligente, y además tenía muchos amigos.

Se le daba muy bien el deporte, y era una estudiante ejemplar. Respecto a su familia, tenía un hermano más pequeño que ella, y unos padres que querían lo mejor para sus dos hijos.

 

Laura vivía en una casa, al lado del instituto, al que iba todos los días. Ella era feliz con su vida, la consideraba perfecta.

Pero sabía que tarde o temprano esa vida daría un giro, ya que se acercaba la hora de elegir aquello a lo que se quería dedicar, porque de ello dependería su futuro, el cual quería que fuese perfecto también.

 

Desde pequeña, sus padres le habían enseñado el mundo de las leyes y la justicia. Estaban convencidos de que su hija Laura sería una abogada  muy importante y conocida.

A ella no le convencía esa idea, pero veía tan ilusionados y convencidos a sus padres, que al final optó por autoconvencerse de que era lo mejor para ella, ya que así lo pensaban sus padres.

 

Una tarde, un amigo la llamó para invitarla al circo, porque actuaba su tío, y las entradas eran gratis. Laura aceptó encantada, y fue con su amigo al circo. Allí, mientras estaba sentada viendo aquel grandísimo espectáculo, con una sonrisa de oreja a oreja, por un momento, envidió a alguien por primera vez, a los acróbatas y payasos, parecían tan felices.

Tras el espectáculo, fueron a los camerinos a ver al tío de su amigo. Allí, Laura quedó maravillada por lo que vio: disfraces, colores por todos los lados, monociclos, malabares, pinturas…Era como si estuviese en el cielo. Le encantaba aquel ambiente.

 

Un año después, llegó el día de la graduación de Laura. Sus padres estaban emocionados y muy orgullosos de su hija. Había sacado notas excelentes, y ahora iría a la universidad para estudiar derecho. Sin embargo, Laura no parecía muy contenta.

Miró a sus padres con lástima desde la tarima en la que estaba recibiendo su diploma, y salio corriendo mientras lloraba.

Corrió y corrió. No soportaba la idea de estar agarrada toda su vida a algo que no le gustaba. Así que huyó hacia aquel lugar en el cual hace un año se había sentido como un ángel, el circo, el mundo del arte y del espectáculo.

Se había separado de sus padres, porque sabía que los decepcionaría.

 

Un día, los padres de Laura fueron al circo a pasar la tarde, y vieron allí a su hija, los ojos se le llenaron de lágrimas, por fin la encontraban y sabían algo de ella.

Laura mantuvo su mirada hacia ellos, una mirada que parecía querer decir mil cosas, pero que no podía porque estaba llena de lágrimas.

Entonces, sus padres sonrieron, su hija era una gran artista, y lo más importante de todo, era feliz por serlo.