La muchacha llevaba sola en un rincón de su habitación, dos días, sin ganas de comer o dormir y sin fuerzas para levantarse, necesitaba ese aliento de vida que le daba Raúl, el chico que tanto añoraba.
Así que su madre en un arrebato de desesperación y viendo que su pobre hija no tardaría mucho en sumirse en una profunda depresión, llamó a su sobrina Julia, que vive en la otra punta del país, pero que siempre ha tenido una relación muy estrecha con Alba, siempre se habían ayudado en todos los problemas que hubiesen tenido, pero en esta ocasión, Alba no se había sentido con fuerzas para llamar a Julia y contárselo.
Por lo que Julia viendo la situación se presentó a la mañana siguiente en casa de su tía.
La chica entró en la habitación de su prima y al verla ahí tirada, corrió hacia ella a abrazarla.
Alba quería explicarle lo ocurrido pero Julia no la dejó y la convenció para que se lo contara ese fin de semana en una casa que había alquilado para las dos, junto a la playa.
Julia tras muchos intentos consiguió convencer a Alba para ir.
Así que al llegar a la playa, Alba visualizó el paisaje, y vió un acantilado, que le llamó la atención así que pensó, ¿porque no probar? un chapuzón desde allí arriba no estaría nada mal.
Sin comentárselo a Julia, se dirigió al acantilado y sin mirar hacia abajo se deslizó suavemente hasta llegar al borde, cerró los ojos y saltó. Todo fue muy deprisa, la adrenalina recorría todo su cuerpo, el viento rozaba su cara y el agua ya le mojaba, cuando una voz suave se introdujo en su cabeza, era Raúl, estaba con ella, y decía:
-¡Alba cariño! ¿Pero que haces? Estoy contigo.
La muchacha notó el agua rozando su cuerpo por última vez y esa voz retumbando en su cabeza, hasta que todo quedo en calma, no se oía nada, ni siquiera el chapoteo de las olas, nada.
A la mañana siguiente, Julia encontró el cuerpo de su prima, agonizando aún en la orilla de la playa.
María del Mar García González
4ºA