martes, 27 de abril de 2010

Verano en Roma para dos

Verano en Roma para dos

 

 

 

Se despertó aquella mañana y vio un sobre blanco encima de su mesita de noche, jamás se imaginó que ese sobre tenía tan grata sorpresa.

Sin pensárselo dos veces lo abrió, era un maravilloso viaje a la ciudad de Roma para dos, dos voletos de avión para ambos, sería perfecto, él, ella, Roma y cinco días por delante para disfrutar al máximo.

Era el viaje que tanto había deseado desde pequeñita. Rápido tecleó el número de la oficina de su marido, necesitaba que le confirmara que todo era cierto, que no era otro simple sueño, que posiblemente sería unos de esos típicos viajes que no se pueden olvidar jamás.

 

 

 

Se apresuró a vestirse, desayunar, y coger el bolso, le esperaba una larga mañana para comprarse ropa nueva. Tal vez unos tacones, dos pantalones, una camisa, una chaqueta y un bolso nuevo... lo típico. Quizás por primera vez en esos dos años que llevaba viviendo en Nueva York, iba saltando de alegría por las tiendas, mirando escaparates, entrando, probándose ropa, tan solo vivía una locura, pero lo mejor estaba por ver.

El día transcurrió verdaderamente con mucha normalidad, terminó sus compras y acompañó a su marido a comer en el restaurante que había haciendo esquina con su oficina.

 

 

 

Faltaba media hora para su vuelo, ya habían facturado y estaban ambos en la puerta de embarque. Les esperaba un hotel de cinco estrellas, una ciudad posiblemente maravillosa y ganas de divertirse y conocer mundo, por delante.

Sentados en sus correspondientes asientos del avión, ella se paró por un momento a pensar en todo lo que había vivido tan solo en unos pocos días.

 

 

 

Dejó la locura sentada en el sillón de atrás y recapacitó por un simple momento, pensó en él, en la sorpresa, pero estaba tan concentrada en el viaje, la ropa, lo material, que no supo apreciar su esfuerzo, su detalle, había movido cielo y tierra para sacarle una sonrisa, para verle feliz y es que el mejor regalo que le pueden hacer a un persona es tener a alguien cerca que te de cariño, ese  que un amigo, o unos padres, no te pueden dar, un tipo de cariño un tanto diferente.

Pero de vez en cuando todos deberíamos plantearnos que este mundo no está hecho para entenderlo, simplemente para vivirlo, y la felicidad no está en Roma.

Pero... qué sabré yo de la vida, si solo soy una niña.

 

 

 

 

 

                                                                                     Elena Pedrosa Lorente 3º B