martes, 27 de abril de 2010

Pisando el paraiso.

Era una mañana diferente, aunque el sol brillaba y los pájaros cantaban como siempre. Ella abrió los ojos y con cuidado se incorporó hasta conseguir levantarse de la cama, un gran sol entraba por la ventana, su reloj ya marcaba las 10:00h y tenía ganas de salir ahí afuera. Sintió que era un día peculiar, quizás hoy empezaba algo nuevo para ella. Sonrió. Después de dedicar algún tiempo para arreglarse; desayunó unas ricas tostadas acompañadas de un zumo de naranja natural. Seguido optó por hacer un recorrido a través de la orilla de la playa, la cual estaba especialmente hermosa. Ella era una persona bastante solitaria, carecía de amigos, de pareja y de lo más importante, de familia. Al ir avanzando a lo largo de la playa, pudo observar que a pocos metros de ella se encontraba un chico que parecía bastante apuesto. Al cruzarse con él, afirmó lo evidente, aquel chico era extraordinariamente guapo: le gustó todo de él, destacaban, sus profundos ojos azules. Cuando ella lo miró, el solo se atrevió a decir:
-¡Hola!
-¡Buenos días! Contestó extrañada.
-Mi nombre es Carlos, ¿y tú cómo te llamas?
-Natalia- Añadió ella. -Tienes unos ojos preciosos. - Afirmó poco después.
-Gracias. Contestó él, mientras se dibujaba una gran sonrisa en su rostro.
Sin darse cuenta, ella estaba hablando con alguien, ya no se sentía tan sola como de costumbre. No conocían el motivo ni el por qué; pero llevaban algo más de tres horas conversando. Parece que para Natalia, Carlos era una persona realmente especial y viceversa.
Poco después, Carlos la invitó a comer, y Natalia no tuvo más remedio que aceptar la propuesta. Y allí seguían sentados en aquel alegre chiringuito conversando.
Al terminar la comida, decidieron volver al lugar exacto donde estaban sentados esa mañana, el lugar donde se habían conocido. Ambos seguían observando el mar, aunque Natalia seguía mirando fijamente aquellos ojos azules que tanto le asombraron. Poco después él no tuvo más remedio que hacer una pregunta:
-¿Alguna vez has estado en el paraíso?
-No. Contestó ella extrañada.
-Pues para eso estoy yo hoy aquí, a tu lado, para que quizás sólo por un día, puedas ser feliz, notar que estas junto a alguien y no sentirte sola, o como lo llamo yo: pisar, tocar y sentirte en el mismo paraíso.
Ella extrañada, y sin saber que decir, solo se limitó a seguir observando sus ojos.
Estaba ya avanzada la tarde, cuando ella sin poder casi poner remedio a ello, se echó a dormir, colocando su pequeña cabeza junto al muslo de aquel chico. Antes de dormirse, quiso ver de nuevo brillar esos ojos azules que tanto le habían cautivado. Un poco más tarde, Natalia ya se encontraba con los ojos cerrados; y quizás se pueda afirmar que mientras dormía, estaba pensando en Carlos.
Al despertar, fue directa a fijar su mirada en la de Carlos, pero algo había pasado, él ya no estaba allí, ya no seguía junto a ella, probablemente se habría marchado. Natalia quedó totalmente decepcionada y abatida, no sabía como reaccionar en ese momento. Y sin más, puso rumbo de vuelta a casa, aunque caminando a paso lento y derramando lágrimas sin control. Más tarde decidió olvidar lo ocurrido ese día, y seguir con su rutina, la de estar sola. Aunque algo sí que había cambiado para ella.
Nunca más volvió a saber nada acerca de aquel chico tan apuesto, y con esos profundos ojos azules, llamado Carlos; pero desde aquel día todas las mañana Natalia volvía a la misma playa, la misma orilla, se sienta frente al mar; y en ese momento, siente la brisa acariciando su cara; e inesperadamente, pisa, toca y se siente en el mismísimo paraíso. Puede parecer imposible o raro pero desde aquel entonces Natalia ya no se siente sola, es cómo si se hubiese transformado, así, sin querer en otra persona, en una persona más feliz. Según mira el mar, confunde ese color tan característico, con el de los ojos de aquel chico, recuerda que algún día atrás estuvo junto a él; aquel chico que le hizo feliz en un solo momento.
 
Ana Cristina Sánchez del Arco 4ºA ESO